Había una vez un gato muy, muy perezoso. Era también gordo porque su dueño sólo le daba costillas para todas sus comidas; comía 15 costillares al día.
Un día su dueño falleció y el gato se quedó abandonado. Se fue a un callejón, cogió una caja y se durmió en ella. El gato llevaba 3 horas y media sin comer, era el ayuno más grande de su vida. Diez minutos después se encontró con una pelota de fútbol y empezó a jugar con ella, se le daba muy bien, vino el dueño de la pelota y cogió la pelota y al gato y se fue a su casa. El ñiño le preguntó a su medre si podía quedarse el gato, le dijo que sí. El gato se pasaba el día jugando al fútbol hasta que al pobre le dio un infarto.
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